¿Cuál es la peor depresión que puedes tener?

La primera vez que sentí ganas de matarme fue cuando tenía 14 años antes de mudarme a la Argentina. Era una tarde muy molesta, ya que había sido regañada por la vicedirectora de la escuela y otro profesor (que nunca había tenido una conversación conmigo hasta entonces) me regañó por la tarde, igual que la vice. Ninguno de los dos me conocía, pero me trataban como si lo hicieran. Ya venía muy enojada y bajoneada por mi situación familiar, muy estresada y angustiada por el estudio. Sentí que no había nadie en el mundo que me comprendiera de verdad, solo me exigían ser buena para todo. Me sentía muy solitaria y odiada por todos, y lo único que se me surgía era querer terminar esa vida de una vez. Esa tarde intenté ir lejos para que no me vieran ni me encontraran, pero no pude hacer nada más que tomar un autobús al rumbo desconocido. La segunda vez fue cuando tenía 32 años. No estaba enojada ni frustrada, al contrario, andaba bien el negocio y mi salud estaba bastante bien. Estaba volviendo del negocio y estaba esperando el subte, o el metro, cuando sentí una fuerte gana de bajar de la plataforma o anden y acostarme sobre los rieles oscuros y sucios. No quería morir, solo quería descansar… Esos rieles parecían susurrarme, ´ven, ven aquí, te sentirás muy feliz…'. Era una sensación dulce y suave. Luego de empezar la meditación, me di cuenta de que mi depresión había empezado desde muy temprana edad. Nunca me lo había visto de esa manera porque era muy orgullosa. Recuerdo haber tenido una costumbre de mirarme en el espejo y decirme a mí misma, "Sonríe, estás feliz. Tu vida no es tan mala." Qué estúpida, pero no tenía otra opción hasta que me pasara el episodio del subte. Después de aquel día, empecé a buscar algo. No sabía qué, algo que me ayudara para estar bien. No quería terminar mal… No sabía a dónde iría después de morir. Ahora puedo ver todo claramente con una mente muy positiva y realmente feliz. Puedo entender todo lo que me pasó porque la consciencia universal me permite la comprensión. Puedo reír contando mi historia como si fuera una telenovela. Menos mal que medité.